Sonaron seis campanadas del reloj, eran las mismas que sonaban diariamente, solo la luna o el sol indicaban si era la hora de despertar o la hora de dormir.

Emilia, abrió los ojos, observaba el mismo techo por los últimos cincuenta años, las mismas campanadas, la misma cama, el mismo cuarto, lo único diferente era el aroma a vacío de la mañana, la falta del beso de José María, que extrañaba al despertar. Apenas recuerda sus labios rancios al despertar, veinte años tratando que no se le fuera el último beso que se dieron.

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El cuerno feroz, de los designios de las flores, dice:

que hay que ajustar cuentas con la lámpara del poder;

con la maquinaria de los partidos.

Dije partidos, como el que menciona herejía, brujas y pétalos de azufre.

Te busco en la urna de los sépalos de tus labios;

en el cohitre turbio del facebook y su galaxia.

¿Por dónde vas, compañera del alcatraz del tiempo?

 Quiero que me alborotes

que al borde de tus sueños me desborde,

que las ansias de ti me transforme en un río

y te arrastre para que  desemboques,

creciendo caudaloso por mi cuerpo de agua

y nos cubra el presagio del puente en el abismo.

 

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