“Nadie debe ser juzgado por emigrar. Las razones que se tengan, bastan. Irse no implica mérito, pero tampoco traición. Es, simplemente, una decisión de amplias consecuencias”
Eduardo Lalo
Acabo de finalizar el artículo de Eduardo Lalo, escritor puertorriqueño al que admiro mucho, titulado Irse en el que habla sobre la ola migratoria que vive Puerto Rico desde hace aproximadamente diez años y me ha puesto a pensar en mi propia emigración, en mi exilio. Sé que la mía es una realidad distinta a la que menciona Lalo, sin embargo, siento en carne propia algunas de las afirmaciones del escritor: “El que se va se convierte en un ausente. El paisaje ya no lo contiene” esa ausencia duele y sigue doliendo a pesar de los años que lleves lejos del lugar que te vio nacer.
Llevo más de la mitad de mi vida yendo y viniendo, cruzando el Atlántico sin pereza, pero casi con el mismo temor que sentí cuando lo crucé por primera vez, nunca me han gustado los aviones a pesar de que me encanta viajar. Cuando comencé mi vida con el boricua que se ha convertido en mi compañero de vida, le dije con gran seguridad y firmeza que si nos casábamos yo no iba a cocinar y que no sabía si iba a poder vivir lejos de mi familia y que si lo lograba tendría que visitarla como mínimo una vez al año. Él me dijo que estaba bien a las dos cosas. La primera de las condiciones no la he cumplido, cocino, aunque él también, pero la segunda ha sido constante en nuestra vida compartida.